Servida la comida en la mesa, se hizo un largo silencio, tan sólo importunado por el ruido de los cubiertos chocando sordamente contra los platos de loza y las expresiones de satisfacción de los ahí presentes. Con una manifiesta desesperación, devoramos todo lo que se nos puso en frente hasta saciar nuestro antojo.
No se equivoca quien dice que a panza llena, corazón contento; en un chistar de dedos, el desenfado era notorio.
Para la elaboración de los chamorros, sellé la carne con un poco de aceite de oliva hasta que ésta estuviera completamente dorada y de buen color. Sazoné con bastante sal y pimienta, y un poco de semilla de cilantro molida. Retiré los chamorros de la cacerola y procedí con la base aromática.
En una variación del popular “mire-poix”, decidí utilizar una mezcla de cebolla, zanahoria y chile morrón, mejor conocida como “La Santa Trinidad”. Esta última es una base aromática a la que recurre tradicionalmente la cocina criolla del sur de Estados Unidos, por proporcionar una condimentación distintiva, pero sobre todo, sabrosa.
Una vez caramelizadas las verduras, con ayuda de un poco de pasta de tomate, vertí dos latas de cerveza para después incorporar los chamorros. Dejé cocer el braseado a fuego lento durante más de 5 horas y ¡voilà! Listo para su deleite. ¡Ahh! y lo mejor de este tipo de cocidos es sin duda, el recalentado.
El "gnocchetti" o "spatzle" se elaboró mezclando, huevo, harina, leche, agua, sal y pimienta, y con el afán de que ésta combinara a la perfección con la salsa dulce de los chamorros, agregué una cucharadita de canela molida a la mezcla. La pasta fue cocida en agua salada y posteriormente salteada con un poco de aceite de olivo. Fácil, rápido y el complemento ideal para mis chamorros.